Oxímoron
Esta vez si Te has enfadado de verdad conmigo…
-Deberías ser mi sumisa. Quizás sería mejor Amo que Tú- te dije medio en broma pero a la vez deseando probar.
No has encontrado ninguna gracia en mis palabras, lo he visto al instante. “He cometido un gran error” pienso mientras veo cómo entrecierras tus ojos que se obscurecen y Tu rostro endureciéndose. Yo deseaba disculparme pero antes de que pudiera decir algo escuché un silbante "¡Shhhhhht !"
Me ordenas ponerme de rodillas indicando con un dedo el suelo. Como siempre, estoy desnudo (así Te gusta verme cuando estamos solos en casa), me cubres los ojos con Tu bufanda de seda haciendo un nudo detrás de la cabeza. Todo se oscurece.
Noto cómo enganchas la correa a mi collar y me llevas a gatas por la casa, dando vueltas sin decir una palabra hasta que te detienes delante de la cama en la mitad de la habitación. Dejas caer la correa, me coges del cabello y bajas mi cabeza colocando la frente pegada a las sábanas haciéndome apoyar las manos a los lados.
- ¡Quieto!- es la primera palabra que me dices en mucho tiempo, con un tono tan diferente al que estoy acostumbrado escuchar de Ti, tu voz ha perdido su dulzura y se me pone la piel de gallina.
Llevo muchos minutos (quizás horas) en esa posición tan incómoda, las rodillas me duelen cada vez más. Ya me he arrepentido de mi torpeza al proponerte cambiar los roles por un día.
Lo único que me consuela es que sé siempre lo que estás haciendo, oigo cómo abres la nevera, escucho las teclas de Tu ordenador y cómo hablabas por teléfono con Tu amiga, quejándote de mi impertinencia mientras caminas por la casa. Tus zapatos de tacón me dice dónde estás en cada momento.
A veces, sin que Te des cuenta, levanto un poco las rodillas para aliviar la presión pero el dolor se hacen cada vez más insorportable. Escucho cómo vas al baño y abres la llave del agua. Sé que no me puedes ver. Me pongo con trabajos de pie y froto enérgicamente las articulaciones. De repente, siento un dolor que me hace caer al suelo (me has azotado en el trasero con Tu querida vara de una manera como nunca antes habías hecho). Te quitaste los zapatos y no me he dado cuenta que estabas detrás de mi.
Muchas veces me has golpeado con esa vara, pero cada impacto (más o menos intenso) me daba un cierto dolor que resultaba muy erótico y a ti, las marcas que tanto Te gusta ver en mi piel; pero esta vez me has golpeado con toda Tu fuerza. Tiras de mi cabello y me regresas a la posición de antes pero haciendo que separe las rodillas dándome fuertes varazos en la entrepierna. Ahora tienes mi sexo a Tu alcance y lo aprovechas golpeando los testículos y el pene.
Pasas Tus manos debajo de mi torso y colocas en cada tetilla una pinza (son las que hemos comprado hace tiempo supuestamente para tender la ropa…), las odio porque aprietan tanto que no las aguanto ni cinco minutos sin quejarme. Colocas una pinza en cada testículo y compruebas el estado de mi pene que se pone erecto sintiendo el contacto de Tus manos. Sé como disfrutas jugar y torcerlo (y yo siempre disfruto con ello) pero esta vez lo tiras hacia atrás de un modo muy brusco e inesperado que me hace gritar de nuevo.
Lo peor es que sigues sin hablarme; preferiría que me insultaras pero Tu silencio es un castigo mucho mayor.
Me atas las manos juntas y luego a la cabecera, metes algo en mi boca y sé en seguida por el olor y sabor tan conocidos y tan queridos que son Tus bragas. Pasas otra tela alrededor de mi cabeza de forma que no pueda escupirlas y la atas también por atrás. Estoy seguro que son Tus medias.
Me arañas de arriba a abajo toda la espalda con Tus uñas afiladas. Noto cómo mi piel se va entre ellas a cada arañazo. La sangre caliente fluye… La lames.. eres una vampiresa. Una mezcla de espanto y excitación me invade, lames una y otra vez hasta que la sangre deja de correr. Echas algo líquido sobre mi espalda que después de dos segundos empieza a quemar como fuego y huelo el alcohol mientras escucho tu risa al verme retorcer del dolor.
Golpeas mi culo, esta vez suavemente, pero cada varazo duele más a causa del primero. Estoy gritando en silencio; desearía quitarme las pinzas, muevo mi cuerpo desesperadamente como me es posible en esta situación pero sólo aumenta el dolor, mis lágrimas escurren bajo la bufanda. Entro en un estado de resignación y trance, ya no me muevo. Creo que Te has dado cuenta porque desatas la cuerda de la cabecera, me enderezas (siempre tirándome del cabello) y con dos golpes a las pinzas me libras los testículos pero no es realmente un alivio porque el dolor aumenta en las tetillas que ya deben estar moradas.
Pasas las manos por mi cuerpo, acariciando, estrujando. Quitas de un tirón las pinzas. Ya no aguanto más y grito... grito en silencio. Frotas mi pecho y eso en vez de calmarme lo hace aún más doloroso. Creo que tardará mucho rato en pasar la horrible sensación.
Me arrojas de espaldas sobre la cama y por un momento no sucede nada… pero el horror regresa cuando escucho el ñac ñac de las pinzas junto a mi oído. Te inclinas para observar y coger mi pene entre tus manos y me colocas una tras otra desde la base.
Cada pinza duele un demonial pero las de más arriba ya son inaguantables. Siento que podría desmayarme, retorciéndome del dolor, cada pinza es una tortura más y más insoportable pero no te apiadas de mi. Cuando al fin me las quitas, una por una, pienso que ya todo ha terminado. Hasta que noto cómo metes un dedo dentro de mi culo: ya sé qué vas a hacer...
Enredas mi cabello entre tus dedos y me haces ponerme a cuatro patas. El dildo negro de tu strap on (que usas siempre con singular alegría) entra por mi esfínter. Siempre lo haces con mucho cuidado pues sabes que soy muy sensible y me das pausas para tranquilizarme cuando has entrado antes de seguir. Hoy no. Me follas con una brutalidad que desconocía en tí, violenta como nunca pero callada como siempre. Intento gritar, decirte que me rompes el culo pero no sale de mi garganta mas que un gemido de angustia y regreso a ese trance que convierte tu violencia en algo más llevadero.
El tiempo pasa muy lentamente… cuando al fin puedo darme cuenta de lo que pasa, noto que me has librado de ataduras y mordaza y me has quitado la venda de los ojos pero me duele todo el cuerpo. Me ayudas a levantarme y cariñosa como siempre, me llevas al baño colocándome frente al espejo. A mi me da todo igual. Apenas aguanto estar de pie, estoy hecho un flan mirando al suelo. Al fin me hablas con Tu voz tan dulce que tanto adoro escuchar:
-Mirate, Cariño.
Lentamente subo la vista y me veo maquillado como tantas veces me has pintado, con la diferencia que mis lagrimas han diluido los colores y me veo espantoso como nunca antes. Y preguntas mientras me acaricias…
-¿De verdad crees que puedes ser mejor Amo que yo?.
Mi respuesta sólo es llanto, cayéndome a Tus pies.